Y te cabreas al recordar que despertaste justo antes de meterte en la cama de una princesa cuyas facciones no recuerdas. Fue antes de darle un beso, de rozarla, de poseerla. Y te levantas, te duchas, un desayuno rápido, ves las noticias. No dejas de pensar en su rostro. Intentas rehacer sus rasgos. La línea de sus ojos, la barbilla, sus labios. No te acuerdas de nada (es posible que su perfil ya surgiera pixelado para salvaguardar su intimidad, aun en sueños).
Piensas que si la volvieras a ver estarías seguro de que es ella. Sales, coges tu coche y empiezas a dar vueltas como cada día, pero no buscas a nadie. Hoy no. Buscas una cara que cuadre con la princesa de tu sueño. De dar con ella puedes conseguir acabar la historia. Averiguar que sabor tienen los besos de los sueños. Como siempre, no hay nada peor que los sueños y los besos a medias.
