La naturaleza siempre huele bien. Pero si hay un sitio especialmente aromático, un auténtico jardín de olores, es la cueva. Podría estar horas y horas oliendo las diferencias entre cada uno de los centímetros, antes de admirar la caverna húmeda del bosque, que eso ya es otra cosa.
El vientre femenino es como un bosque. Esos lugares cerrados, donde el suelo parece desprender una radiación tenuemente tibia, a tierra, a vegetación y a vida intensa. En el bosque, cada metro tiene un olor distinto. A lugar soleado, a umbría pesada, a matorral, a musgo, a helecho, a pinaza, a madera florecida...
Lo mismo ocurre con el vientre femenino. No es igual en la parte alta, donde el vello rizado hace un límite precioso con la tersura del vientre, que una vez cruzado el límite. En la parte alta el olor atrapa más influencias del exterior, se vicia un poco del sol o el salitre de la playa, o incluso del olor a ropa.
Pero una vez que llegas a ese lado que se introduce en los muros, allí entras en un abismo de olores. La humedad, la tierra hosca, el olor que se desliza como la bruma entre los matorrales. Avanzas, retrocedes, y cada rincón tiene una atmósfera aromática distinta.
Lo malo es que siempre te adelantas, siempre desciendes demasiado rápido a la cueva. Debería estar horas y horas en esa zona intermedia para poder apreciar toda la riqueza aromática que esconde su cofre de joyas olorosas.
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ole un que reconeix que no aconsegueix pendre el temps degut !!!!
ResponderEliminarLa consecución del objetivo, las prisas, el deseo por llegar ....siempre nos hacen perder-nos lo bello del entorno , los detalles se nos pasan y la belleza de aquello no visto queda vacio en nuestra mirada.
ResponderEliminarSaber ser paciente, observador, disfrutar de lo que rodea el entorno hace más bello el bosque y cuando se entra a la cueva sonriente de la belleza previa el placer es sumamente más intenso.