Observa por un momento el blanco que hay
detrás de estas palabras. Intenta abstraerte de lo que estás leyendo y fíjate
sólo en el blanco del fondo. Lee como si no existiera, o como si cada una de
estas palabras sólo fueran borrones incómodos que te impiden centrar la vista
en el fondo blanco que hay detrás.
Tal vez hayas pensando que estorbo, que
de aquí en adelante debería dejar esta hoja en blanco para que te fijes bien en
el blanco del fondo tal y como te he pedido.
Ahora soy yo el que me siento incómodo.
Creo que sobro, fijaos, no puedo dejar de escribir y sin embargo os he pedido
que no hagáis caso a estas palabras. Entonces, ¿por qué quiero centrar
vuestra atención en el fondo blanco?
Muy sencillo.
El blanco es el súmmum de la perfección
absoluta. No hay nada comparable a un fondo blanco, y tal vez por eso me sienta
a veces un puto impostor tratando de llamar la atención con mis palabras cuando
en realidad desearía que tú, por ti mismo, lograras ver cosas a través de una
hoja en blanco, o de una tapia en blanco, o de una pantalla en blanco.
A veces pienso que escribir es un acto
de cinismo total. Profanamos la pureza, dotamos de ruido la perfección del
silencio, sólo porque nos creemos mejores que una página en blanco, o capaces
de superar el criterio de cualquier espectador de una página en blanco.
Por eso le tengo tanto respeto a la
palabra escrita. Escribir es suicidarse y simular estar vivo al mismo tiempo.
Creerte estar por encima del lector aunque en verdad el lector te gane en ganas
de aprender de ti.
Así me siento a veces.
Como el violador de la página en blanco.
Y ahora olvídate de lo que has leído y fíjate en el fondo blanco. Fíjate en el
blanco que se cuela en torno a cada letra.
Qué perfección, ¿no crees?
Qué sucio me siento ahora.
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