Después que todos hallasen su fortuna en esos mensajes misteriosos, le metí un bocado a mi suerte, pero al mirar en su interior para leer el papelito con las “verdades” sobre mi futuro, me tropecé con una sorpresa: la galleta estaba vacía.
Tras superar la decepción inicial y admitir que me sentía estafado, lo primero que pensé fue pedir otra, pero me puse a mirar con detenimiento la galleta vacía y, para desconcierto de propios y extraños, sonreí.
Terminé de comerme la "galleta de la no-fortuna" cavilando que el mensaje que traía la mía, era el mejor de todos: si la galleta estaba vacía debe ser porque es mí obligación construirme mi propio destino.
Porque el destino no está en un papelito, el destino es lo que hacemos, lo que queremos, lo que uno imagina.
Ése debe ser mi futuro.

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