A veces es difícil ser feliz. Es complicado esquivarse a uno mismo y no volver a caer en mis propios fantasmas y demonios, o evitar asfixiarme en la monotonía de mi propia voz. Escucharse uno mismo a veces cansa, o no te entiendes, o si pero demasiado intentando evitar asumir las evidencias, ya sabes, cuando la razón, -o la realidad-, lucha a muerte contra la intuición. Y cuando quieres, no puedes; y cuando puedes, no quieres querer, porque mi ángel de la guarda se disfraza de diablo y viceversa, y la lían. Menos mal que aprendí al menos a disimularlo bastante bien.
Y a pesar de todos mis conflictos, a pesar de esa campana que me aísla, que a menudo me abstrae y me ensimisma del mundo, si subo a un ascensor y la acompañante comienza a hablarme del tiempo, me acoplo con soltura y agradezco obviar, por un instante, mis conflictos y me vuelco en lo banal.
Y en momentos como ese es cuando pienso: qué cómodo sería simplificar mis reflexiones, apartar esos demonios y simplemente vivir el aquí y ahora, disfrutar del sol que me broncea y me mata, de los pequeños detalles, respirar, amar sin condiciones, y sobre todo no escucharme ni escucharte.
Asumir lo que soy.
La paz llega cuando aceptas que tanto el ángel como el demonio forman parte de ti, afortunadamente! No quieras mandar a uno de ellos a la sombra porque te perseguirá eternamente.
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