Somos historia, eso que nos dibuja
falseados y nos indica que es improbable no repetirse, no dejamos de ser un
manojo de testimonios y hechos ordenados cronológicamente y transformados en un
relato más o menos contrastado que suele tener el capricho de buscar varias
causas para cada efecto, escrito además por todos aquella/os que resistieron
para poder contarlo, con lo que tampoco se tiene en cuenta con esa opinión y
enfoque de los que, en ese preciso momento de contarlo ya no están. Es como un
curriculum exagerado. Y como todo curriculum está saturado de exageraciones,
falsedades, olvidos y mentiras significativas sobre las que mejor no nos
pregunte nadie, porque podríamos liarla parda. No hay mayor ironía que nuestro
propio destino. Y tampoco hay destino más decente que la injusticia de la
verdad.
Así las cosas, no nos debería extrañar
que nosotros también seamos historia, historia emocional.
Solemos definir como familia a mucha
gente que en el fondo nos da igual. Pregonamos a los cuatro vientos que
encontramos pareja, que por fin renunciamos a la soledad. De nuestro descubrimiento hacemos una novela y la empezamos a extender, dilatar,
ensanchar, estirar. Hasta que un buen día algo se rasga y hay que recomenzar a escribir
la que siempre acaba siendo una trilogía. Y creamos un nuevo clásico tipo Millennium.
Algunas veces las incoherencias matan la conexión
de la trama, así que o bien las dejamos de lado o terminamos añadiendo detalles
y referencias que hacen que todo parezca
de lo más lógico y normal. “Lo dejamos
por esto y aquello. Apareció esa diferencia que lo cambió todo. Esas fueron realmente
las causas de nuestra ruptura. Siempre estuvo claro que lo nuestro no podría
durar mucho. Ahora no caería en los mismos errores. Lo siento, me he
equivocado, no sé querer como tú quieres. Si llego a saber lo que ahora sé”.
Haz un ejercicio y conecta todos esos puntos. Analiza tus posibles errores, si
es que los hubo. Hoy fracasa mejor que ayer, pero no que mañana. Unas veces se
gana y otras también.
Luego están las mentiras que nos decimos
para que todo siga avanzando. Porque si no fabulamos lo que sentimos, nos sería
imposible dar un paso adelante, ni odiaríamos lo que conseguimos, ni amaríamos
lo que dejamos atrás. Y como dice Javier Cercas, la realidad es la que nos mata, y la
ficción la que nos viene a salvar.
Probablemente te volverás a enamorar y de
quien no debes y la volverás a cagar. Volverás a demoler ese ejercicio. Y las
oscuras golondrinas, también volverán. Y volverás a sentirte tan memo como
siempre lo fuiste. Y tendrás que reinventarte antes de reconocerlo, antes de
echarte la culpa a ti mismo, algo que en su momento no viste. Para que todo
siga siendo coherente. Para que sigas mirándote
al espejo sin reconocer que continúas sin tener ni puta idea de nada. Que el
tiempo pasa por nuestro cuerpo dejando de todo, menos lo que tendría que dejar.
Sensatez, conciencia, hábito, estilo y ganas de volverlo a intentar.
Somos historia. Y curiosamente sólo otorgan
un Goya por mentir cuando de entrada todo el mundo está al corriente de que nada es verdad. Y hacen bien. Por eso se echan
en falta unos premios al cuento de la vida diaria. Al no, si ya sé que yo no
soy fiel, pero eso sí, soy de lo más leal.
Estaríamos celebrando premios todos los
días de la semana.
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