Últimamente he vuelto a sentir que el tiempo se me escapa de entre los dedos.
Que ahora casi no recuerdo hacer cosas que antes sabía hacer. Y seguirán quedando en mi lista de pendientes, las que nunca he sabido hacer.
Y seguramente no seré el único que me sienta de esta manera, porque tenemos la absurda creencia que vivimos cómodamente, cuando en realidad, malgastamos nuestras energías en correr. Pura y llanamente. Correr para no perder el bus, no llegar tarde, acabar antes y para tener más tiempo. Y este, el tiempo, cuando llega, lo tenemos tan mal educado que continúa corriendo. Para no perder el yo qué sé qué.
Esperando y disfrutando de ese tiempo me encontraba cuando en una cafetería y en medio de un café, y como si ella no tuviera problema alguno para adivinar el pensamiento, una madre se dirigió a su hija: “Olga hija, en esta vida hay tiempo para todo”.
Y es cierto: nuestra vida da para muchas cosas.
Y sin embargo no sé para cuáles, sí sé que siempre van unas detrás de otras.
Nacemos y morimos. Equivocarme. Aprender y desaprender. Escribir un blog, como yo. Viajar. Enamorarte y quedarte en el intento. Destacar o ser etéreo. Que todos te elogien o que nadie sepa que existo. Querer y ser querido. Soñar despierto y despertar, a la vida. Hacer y pedir favores. Caer y levantarte. Estar jodido. Llorar de alegría y de pena. Sonreír, reír y soltar carcajadas. Decirte te quiero. Hacer lo que digo. Decir lo que pienso.
Puesto que somos personas predestinadas a cruzarnos, algunas veces, chocamos los unos con las otras por el camino durante un lapso de tiempo indefinido. Y eso es lo único que tenemos, lo que nos hace especiales en relación a las otras especies. Aunque unas veces nos parezca poco y en otras se nos haga eterno. Así que hay que aprovecharlo.
Que ahora no tengamos lo que anhelamos no significa que no vayamos a tenerlo nunca. Significa que hay que esperar, pero no sentados y sí así fuera sólo para volver a levantarnos.
Y lo cierto es que hay tiempo.
Hay tiempo para arrepentirnos, para retomar y para dejar y dejarte ir. De mudanzas enteras, tanto de piel como de ciudad. De hacer lo que nunca hemos hecho, hacer lo que antes no queríamos. De cambiar de opinión. De saltar.
Hay tiempo para rebelarse, de cabrearse, de querer mandarlo todo a la mierda, y mandarlo, irremisiblemente.
A menudo, nos ofuscamos con algo o alguien, sin darnos cuenta de que nada permanece como hace 60 segundos. Todo cambia, por mucho que nos enganchemos a ello. Y por esa misma regla, lo que nos entretiene en este preciso momento no dice mucho más de nosotros que lo que pasara hace uno, dos o más años o lo que pasará dentro de diez. Lo que estoy haciendo ahora no define quién soy, solo mi camino. Porque todo camino empieza con un paso y acaba con otro.
De lo que no hay tiempo, y no nos damos o no queremos darnos cuenta, es de desandar lo andado. De deshacer las palabras dichas. De desconocer (que no olvidar) a las personas que conocimos. De tornar a aquel lugar al que nunca fuimos. De no vivir todo lo que vivimos.
Es que hay cosas que irremediablemente se acaban. Tal vez porque nunca debieron empezar, tal vez porque tenían fecha de caducidad. Hay personas que están destinadas a no quedarse en nuestras vidas, solo a enseñarnos el valor que tiene su partida, las cosas que no queremos ser ni tener o las cosas que habremos de inventar para siempre cuando estas ya no estén.
Por todo lo expuesto, me gusta imaginar que la vida es bailar nuestra propia canción entre toda la gente que intenta bailar la suya propia.
Si, vull . . . . .
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