miércoles, 23 de mayo de 2012

De pretextos y excusas

Nunca me han gustado las excusas. Ni las explicaciones sin venir a cuento. Mucho menos las historias rancias con tufo a mala conciencia.

No me gustan porque no las pido, ni las busco y por supuesto no las doy.

"Yo no quería, o si, pero...".

Si realmente querías y por alguna razón de peso no pudiste, no pudo ser y punto. Ya será la próxima vez.

Si por el contrario no te apeteció, pues eso, no te apeteció. Sin más excusas, porque aquí nadie es dueño de nadie y nadie tiene que reprochar que no te apetezca.

El hecho de no habernos visto no cambia en función de por qué no quedamos.

Y yo no pregunto ni tampoco espero que tú me lo cuentes.

Pero esos mails, mensajes, washaps y similares, matan.

Me recuerdan cuando éramos pequeños y faltábamos algún día al colegio y la madre o padre tenía que escribirte un justificante.

"Fulanito no ha podido asistir a clase el jueves 02 Nov. por encontrarse enfermo. Firmado: Madre-padre de Fulanito".

Pero es que además no sé qué coño contestar.

Siempre me quedo con la impresión de que una tarde que podía haber sido sugerente, graciosa, divertida, excitante, morbosa...pierde toda su magia en un montón de excusas forzadas que al final le quitan la gracia al asunto.

Mejor me avisas cuando me quieras decir que realmente sí quieres verme, que piensas emputecerte y me mandas una de esas fotos tuyas o uno de tus relatos que tanto me gustan. Eso sí que me anima el día.

jueves, 9 de febrero de 2012

Olores

La naturaleza siempre huele bien. Pero si hay un sitio especialmente aromático, un auténtico jardín de olores, es la cueva. Podría estar horas y horas oliendo las diferencias entre cada uno de los centímetros, antes de admirar la caverna húmeda del bosque, que eso ya es otra cosa.

El vientre femenino es como un bosque. Esos lugares cerrados, donde el suelo parece desprender una radiación tenuemente tibia, a tierra, a vegetación y a vida intensa. En el bosque, cada metro tiene un olor distinto. A lugar soleado, a umbría pesada, a matorral, a musgo, a helecho, a pinaza, a madera florecida...

Lo mismo ocurre con el vientre femenino. No es igual en la parte alta, donde el vello rizado hace un límite precioso con la tersura del vientre, que una vez cruzado el límite. En la parte alta el olor atrapa más influencias del exterior, se vicia un poco del sol o el salitre de la playa, o incluso del olor a ropa.

Pero una vez que llegas a ese lado que se introduce en los muros, allí entras en un abismo de olores. La humedad, la tierra hosca, el olor que se desliza como la bruma entre los matorrales. Avanzas, retrocedes, y cada rincón tiene una atmósfera aromática distinta.

Lo malo es que siempre te adelantas, siempre desciendes demasiado rápido a la cueva. Debería estar horas y horas en esa zona intermedia para poder apreciar toda la riqueza aromática que esconde su cofre de joyas olorosas.