viernes, 19 de febrero de 2010

A orillas del rio

A orillas del río Piedra me senté y lloré. Cuenta una leyenda que todo lo que cae en las aguas de este río -las hojas, los insectos, las plumas de las aves- se transforma en las piedras de su lecho. Ah, si pudiera arrancarme el corazón del pecho y tirarlo a la corriente; así no habría más dolor, ni nostalgia, ni recuerdos.

A orillas del río Piedra me senté y lloré. El frío del invierno me hacía sentir las lágrimas en el rostro, que se mezclaban con las aguas heladas que pasaban por delante de mí. En algún lugar ese río se junta con otro, después con otro, hasta que -lejos de mis ojos y de mi corazón- todas esas aguas se confunden con el mar.

Que mis lágrimas corran así bien lejos, para que mi amor nunca sepa que un día lloré por

(A orillas del río Piedra de Paulo Coelho)

Llore por ella.

Ojalá haya logrado que tus lágrimas, ahora, siempre sean sólo de alegría...

He descubierto que hay otro río pero este sin piedras en su fondo: un río donde todo lo que cae -piedras, hojas, plumas- se desvanece y se transforma en luz. Una luz que surge en algún punto del universo y que surca el espacio en todas direcciones en nuestra búsqueda, y entra derecha por nuestros ojos y, a través de ellos, va a nuestro corazón, donde se detiene reconfortándonos y llevando una sonrisa a nuestra boca y a nuestra alma...

Si pudiera, tiraría mi corazón a esa corriente para que siempre permaneciera con vosotros... y no habría más dolor, ni nostalgia, y sólo más y nuevos recuerdos...

miércoles, 17 de febrero de 2010

Aniversario

Post escrito por Monica Guillen.

Ahora hace un año.

La única vez que me despedí de ti me di la vuelta en la estación de Atocha, te giraste al mismo tiempo y nos sonreímos. De alguna forma supe que no volvería a verte en mucho tiempo.

Hay personas a las que merece la pena conocer aunque sea solo por la alegría que te hacen sentir. Alegría de vivir. Contigo me reía muchísimo, y tenía esa sensación todo el tiempo de sentirme viva. Y es que tu especialidad era conseguir que me sintiera maravillosamente bien en mi piel.

Nunca olvidaré las caras de tonto que me ponías mientras intentaba arreglar unos asuntos por teléfono, ni las cañas que nos tomamos en la plaza Mayor mientras esa luz concentrada de Madrid impactaba en mis ojos, ni lo ocurrente que estabas después de aquellas cañas o lo turbada que me puse con dos o tres miradas que no dejaban duda de cuánto deseabas morderme. Porque otra cosa no, pero me tenías todo el tiempo encendida. Recuerdo pequeños detalles como tu mano agarrándome cuando casi me caigo, te imagine palpándome por encima de la ropa, o tu manera de llamarme “pija”. Nunca me olvidaré de cómo me paraste en el museo del Prado entre risas y miradas como con una complicidad nuestra, ni de la precisión de tus manos agarrándome desde atrás. No podría.

Aquel día se escapo deprisa, al tiempo que hablamos de nosotros y nos contábamos la vida, nos reíamos y a veces creo que nos hacíamos el amor con la mirada. Éramos como animales heridos en aquel Madrid, mientras el sol nos hacía sudar vicio y subíamos y bajábamos por aquellas calles del viejo y rancio Madrid.

Tenías algo dentro que a mí me costaba asimilar. Y lo que es peor, tenías ese algo que tan bien conozco, y que tantas veces detesto, pero que no tengo más remedio que aceptar. Lo he visto muchas veces después de follar, mientras crece algo extraño en el silencio, quizas sea esa forma de desacoplarse después del sexo, esa forma de volver cada uno a lo suyo. No me refiero a la sensación de sentirse sola, sino de esa especie de condición humana de ser egoistas. La gente se siente jodidamente sola y a veces parece que follan solamente para atenuar esa soledad. Pero nunca aprenden a vivir a solas. Y eso sí hace sentirme un poco triste. Pero bueno, salvo esa interrupción, hay que reconocer que supiste sacarme mucha vida en tan poco tiempo y este cuerpo mío te lo agradece.

Estuvimos mucho tiempo llorándonos, recordando cosas que habíamos hecho en nuestras vidas o en otras parecidas, riéndonos y charlando de esto y aquello. Luego llegó ese momento de empezar a despedirse. Siempre he odiado que me den explicaciones, sobre todo cuando yo no las quiero. Te pedí que callaras y que fingieras que volveríamos a vernos cualquier día. Así que salimos a la calle, te acompañe hasta la estación, nos besamos dulce y apasionadamente, despidiéndonos casi sin querer, y me sonreíste como hacías siempre.

Y luego, desapareciste en lo más profundo de la estación y de mi vida.

jueves, 11 de febrero de 2010

Algunas veces acaba bien

Una imagen, una mesa, reunión de amigos. Algunas risas. Muchos recuerdos. Varias anécdotas.
Ella lo mira, y él sonríe. No se llegan a decir nada pero sus ojos lo dicen todo.
Al final se despiden y cada uno toma el camino que habían decidido pero sienten que cada paso que dan se les hace un abismo insoportable.

Ella está echada sobre la cama, viendo las imperfecciones del techo.
El móvil encima de la mesa, lejos, para evitar tentaciones.
Reprochándose no haber podido ser lo que él quería, no poder corresponder sus sentimientos.
No puede quitarse de la cabeza sus palabras, sus gestos, su mirada, su sonrisa pero sobre todo el deseo que desataba su cercanía.

Él en su piso, en el salón, queriendo distraerse viendo la tv. Aferrándose a ella para no ir a la habitación, porque todo le recuerda a ella. Porque le huele a ella, porque su imagen está en cada rincón.

Innumerables veces coge el teléfono para no atreverse a llamarla, no puede, no quiere decirle lo que siente porque ella ya se lo ha dicho y no quiere que se distancie más.

Ella se echa en cara no haber caído antes en la tentación.

Él no aguanta la idea de dormir sin saber de ella, de pensar en no sentir más su piel.

Los dos tienen en la boca el sabor amargo que siempre deja la tristeza de lo que fue, la furia de no haber actuado de otra manera, el dolor de lo que no puede ser.

Y normalmente así suelen acabar las historias.

Pero ella se resiste contra lo que podría ser de otra manera.
Coge el teléfono, marca los números que se sabe de memoria, aprieta cada número despacio, dándose tiempo para arrepentirse. Suelta el teléfono. Recapacita. Y por fin, aprieta la tecla de llamada, ya no hay vuelta atrás, escucha los tonos de llamada mientras piensa "ya está hecho, a ver si contesta" y de repente le invade una ansiedad que no sentía desde hacía días, ahora se da cuenta que es mejor perder que no participar en la lucha.

Él oye el teléfono, y el corazón le da un vuelco, se alegra de que ella haya dado el paso que él no se atrevía a dar. Se queda mirando e intenta fingir una naturalidad que no siente porque el corazón le late como si fuera a estallarle. Ella lo sabe, lo nota, sabe que su serenidad no es más que una fachada.

Quedan. Y pasa lo que ambos deseaban. Se consumen en ese fuego que nunca acababa de encenderse. Se calcinan en los besos del otro, inflaman sus pieles, al ritmo del deseo.
Ha merecido la pena. Ha sido una buena decisión.

Cuando se despiden, ella lo mira suplicante para que no lo estropee y él no le hace sentir culpable. Se despiden con un beso repleto de pasión y de cariño.

Aunque saben que no siempre va a salir así de bien.

lunes, 8 de febrero de 2010

Servilletas de papel.

Hacía tanto tiempo que no me regalaba un rato y una cerveza después del trabajo. Adoro estos momentos rodeado de gente y ruido y tan lleno de esa soledad tan buscada en la que encontramos nuestro silencio y la calma bajo nubes de humo y ruido. Hacía casi tanto tiempo, como tanto que no escribía en las servilletas de papel de cualquier bar:

Ya sé que esta, mí historia, no es nada del otro mundo, ni tan siquiera interesante, pero para mí es, cuanto menos, emocionante, impresionante y sobre todo, viva, aunque un poco dolorosa.

Esta, mí historia, es un casi un continuo tormento, una casi eterna incógnita, un presente vacío saturado en ocasiones de una efímera felicidad.

Se convirtió en un cuento en el que mi vida podría considerarse una mentira, una farsa, pero nunca, nunca un autoengaño. Escasean en ella los finales felices y tampoco nadie come perdices.

Esta, mi historia, un día se convirtió en un vaivén de sentimientos que surgen y se esconden, que asoman la cabeza y se entierran.

Es el desequilibrio emocional.

El caos.

Son esas batallas más reñidas y al final perdidas. Jamás fue la rendición, pero sí la desesperación. Fue la esperanza asesinada. El consuelo de los tontos. El amor, puro y duro, en letras mayúsculas; pero quizás también el desamor, esta con letras mayúsculas.

Esta, mí historia, en la que los protagonistas son casi exclusivamente perdedores, incluido yo.


viernes, 5 de febrero de 2010

Siempre caen angelitos del cielo

Presumo, admito y supongo que más temprano que más tarde llega ese instante en el que dejarse querer deja de tener sentido, ya no conmueve ni emociona, tampoco motiva ni ilusiona.

Muchas veces nos hacemos los noruegos y alargamos sin sentido ese parche por los siglos de los siglos, amen, asumiendo condenas que se vuelven aguantables, sufribles, llevaderas y hasta dulces.

Otras veces, esa chispa que nos ayuda a ir viviendo con un poquito menos de soledad, se va evaporando poco a poco como un perfume hasta quedar en nada, en el vacío de siempre... y vuelta a empezar.

Uno piensa que está mentalizado para todo y, sin embargo, descubro no sin un poquito de asombro, que siempre se puede caer más hondo, más de lo que ya está.

Hay gente que tiene la formidable capacidad de dejarse querer durante toda su vida. Hay gente que no saben o no pueden vivir si no son amados. Yo creo que me tengo que incluir en el segundo grupo, sin duda.

Elogio a todos aquellos que saben encontrar la felicidad dentro de su infelicidad.

Gracias a Dios siempre nos caen esos angelitos del cielo que nos escuchan, nos aguantan, nos alivian, nos cuidan y que, a pesar de todo, y de cómo soy, me siguen queriendo.

De mayor quiero ser como tú.

jueves, 4 de febrero de 2010

Cualquier día antes de acostarme

Escrito en Mayo 2009

Es cierto cuando dicen que el cuerpo es sabio... el mío empezó cuidándome y susurrándome con cariño y al final terminó gritando y mandándome a la mierda. De hecho ahora ni me habla. Ya no me sonríe, no me alegra el día, no me da fuerzas. Prácticamente, no me hace ni caso. Lo miro y me mareo, lo toco y me duele, lo pongo a prueba y me reta, y me hace sentir mal, muy mal. He decidido apagar sus alarmas, paso de sus consejos, esquivo sus señales y miro hacia delante sin darme cuenta de que no hago más que dar pasos atrás.

Pero es verdad, de repente noto un click en mi cabeza con un letrero en letras de neón y mayúsculas y me paro a leerlo. Me paro, me siento, y respiro. No me acuerdo de la última vez que tuve un gran día, ni de mi última carcajada, ni de mi eterna cara de niño feliz... ahora cuando duermo tengo frío porque mi cuerpo ahora es así, me castiga, me quita el edredón y me priva de sueños bonitos y a cambio me obsequia con pesadillas, con ex psicópatas, y el calor me lo empieza a dar cuando estoy a punto de levantarme, atrapándome entre las sábanas y seduciéndome hasta quedarme otra vez (zzzzzzzz).

Así que, ya que veo difícil curarme de la cabeza (no es porque sea un tarado sino porque está claro que debo que cambiar de psicóloga), he decidido que ya es hora de hacer las paces con este cuerpecito que me pide una tregua a voz en grito.

Muchas gracias por avisarme. Te lo compensare con creces.

Buenos días (y regálame hoy, esta noche un sueño bonito, anda)


miércoles, 3 de febrero de 2010

No sé, quizá

No sé, quizá la amaba cuando me senté en la cama y me desabroché la camisa, cuando una de sus caricias me ayudó a desprenderme de ella y la lanzó al suelo de forma indiferente.

Cuando unas manos lúcidas me tendieron y acariciando mí pecho bajaron hasta el cinturón y los botones de mi pantalón y los desabrocharon.

No sé, quizá la amaba, cuando con un beso me apodere del aire de su ombligo extrayendo todo el deseo que abrasaba su interior. Recuerdo que unos furtivos pezones se arrastraban sobre mi vientre seguidos de unas manos expertas que me liberaban del pantalón.

No sé, quizá aun la amaba como siempre y resulta que nada había cambiado, cuando su caliente lengua separó mis labios y se encontró con la mía, cuando en el calor de su insinuante cuerpo me perdía toda la noche en busca de su amor.

No sé, quizá ya no la amaba porque después de una noche así no regrese a su lado.


martes, 2 de febrero de 2010

Carta a A, a C, a M, a….

Escrito, hace un año, un mes, ayer......
Seguramente cuando leas esto, yo este ya camino del país del olvido...
Posiblemente lo que ha pasado ayer, antes de ayer, antes de ……. solo haya sido una equivocación ¿verdad?

Reenviar mis mensajes con emociones y sentimientos a mi amiga, personal e intransferible…¿ y a mí que me toca recibir...?
- Creías que era yo, pero ya has visto que no.
- Pensabas que ambos teníamos un lio sentimental... y no
- Se te fue la pinza y quisiste ligar con un amigo.
- Tuviste un ataque de celos?

Mira, no podré entender tu adiós, como tampoco tu hola, ni tu estoy pero no, ni déjame loco, pero yo sigo aquí alimentando obsesiones... Ahora me voy, otra vez, no me toques contadores, ni cuentas de correo, ni me hagas ningún regalo de los tuyos, cariño, porque no tengo tiempo, de verdad... que no... que tengo mil y un que hacer....

Te he querido y te querré, o te habría querido, no sé, una vez se me fue de las manos, te rechace cuando te tuve, pero te aseguro que no deseo nada malo para ti, así que por favor ... cuídame los garitos sentimentales, el blog ya lo cuidare yo que hay mucho indeseable y ya que eres mi lectora número uno... por eso quería despedirme de ti... y de ti, porque a lo mejor es el momento de que nos olvidemos , mirar a nuestro futuro, sin ser nuestro, sino tu el tuyo, yo ya buscare el mío...

Me gustaría saber ¿qué te atrae? ¿qué te lleva? ¿qué hacer? ¿por qué lo haces? pero a ti no te gustaría saber ¿Quién me atrae? ¿Quién me lleva?
Y como eres parca en sentimientos... seguiré interpretando tu silencio... como que lo que realmente buscas... ES QUE TE MANDE A ESE LUGAR QUE ES EL OLVIDO ...

Al resto, os invito a pasar unos días muy buenos sin mí.... os quiero a todas...