martes, 9 de noviembre de 2010

Escribir y soñar.

Los cuentos comienzan enlazando un aprieto y terminan resolviéndolo.

Pues eso es mentira.
Una narración, o una canción, cualquier forma de percepción artística, empieza con la necesidad de soñar aventuras o experiencias. Recuerdo que leí, no sé dónde, que esa es la primera ilusión de belleza que padecemos. Luego aparece la forma de lo que deseas, porque necesitas plasmar esa ansia para consumirla y satisfacerla, agotarla y dar tiempo a que renazca.

Uno dice: "Os voy a contar un cuento un poco triste". Y entonces el vello de la piel se estremece, porque es lo que esperamos, precisamente eso, y todos nuestros sentidos se ponen en alerta, esperando que la historia triste sea por lo menos igual de triste que nuestra ilusión, y esperamos reconocer todas y cada una de las palabra, de cada insinuación o sugerencia.

Con las canciones pasa exactamente lo mismo:

Comienza con un ritmo, repetitivo, machacón, todo nos dice que ésa canción es la canción y que con cada acorde, con cada nota de la melodía se está buscando nuestra felicidad.

Suena una canción donde sea. Una sola. A veces, solo recordamos no más de una frase. Pero instantáneamente sabemos que tenemos que escuchar ese disco si o si. Reconocemos que justamente ahí encontraremos ese elixir que nos hará curar la nostalgia, aunque sea acentuándola.

Es igual que el amor. Nos atrapa de la misma forma, y de la misma forma nos abandona.

Yo estuve enamorado muy seriamente de Christina Rosenvinge. Pero ahora todo ha terminado. Nunca olvidaré todos los momentos que compartimos, ayudados por diferentes tipos de aparatos reproductores de música que nos hicieron de meublé para consumar nuestro adulterio musical.

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