jueves, 13 de enero de 2011

Amiga, fiel, confidente.

Mi hermana Cati tendría nueve años, era una niña delgaducha, menudita, de pelo castaño y ojos de un azul intenso. Su mirada expresiva y la sonrisa que ponía siempre su cara, eran el fiel reflejo de su inocencia y de la ternura que aún guardaba. Hacía poco que sus amigas le habían descubierto ese gran secreto de la Navidad, y mientras subía las escaleras recordaba con coraje aquel momento en el que serenamente contuvo las lágrimas…

- ¿Mamá, verdad que para mí también hay?- musitó a mi madre en un intento por que su hermano pequeño, mi hermano, no escuchase la conversación.
- Claro, que si mi cielo.
Enmudeció y siguió subiendo.
Mi padre se adelantó a todos, y como todos los años hacía, abrió con sumo cuidado la puerta de la habitación.
- Pssss!- dijo- pues parece que sí, que han venido…
- ¡¡¡Bieeeeeeeen!!! – Todos los pequeños salieron corriendo para descubrir qué les habían traído los Reyes Magos aquella noche mágica. Cati también corrió.

Recuerdo cuando sus manos cogieron el regalo envuelto en papel en el que su nombre se dibujaba, se sorprendió. Envolvía un raro objeto, casi más grande que ella. Lo miraba y remiraba, así una y otra vez. Desenvuelto, sus dedos parecían calcinarse al llegar a la cremallera que le ayudaría a desvestirlo. Temblando se armó de valor y con miedo a que se cayera al suelo y se rompiera, consiguió desenvolver su regalo... Estaba hecho de madera, la madera más bella que había visto nunca en su vida... Enseguida supo que aquello no era un regalo cualquiera, ¡¡¡era un tesoro!!! Aquel cuerpo estaba vestido con primor para la ocasión; con seis tiras engalanando su largo cuello… Era simplemente precioso. Pero justo esa misma preciosidad era un gran inconveniente al acariciarlo. Cuando lo rozaba él gemía. A penas lo acariciaba, y aquello se quejaba. Al poco, mi madre apuntó a los dos a terapia intensiva de convivencia, pero ni así consiguió que uno y otro deseasen descubrir los secretos del otro. Y como suele ocurrir acabaron odiándose… Ella aún no tenía heridas en el corazón, en su vocabulario aún no existían palabras como sutileza, y él se sentía golpeado con cada arañazo que niña y corazón le asestaban.

Fueron pasando los años y el objeto quedó postergado a un rincón, castigado de cara a la pared. Cati, durante ese tiempo rara vez se preocupó de retomar esa posible amistad… Ahora tenía otra gente en quien pensar… Hasta que justamente esa misma gente decidió robarle los pensamientos y los sentimientos y no darle otros a cambio… Cati lloró y lloró desconsolada. Se convirtió en otra de las innumerables adolescentes incomprendidas de este mundo. Por mucha práctica que tuviese, a Cupido se le continuaba acumulando el trabajo. Cati se refugiaba en su almohada, pero ésta era un cuerpo totalmente inerte, participaba en sus sueños de una forma completamente pasiva, se limitaba a dormir y bostezar ante las dudas de Cati.

Uno de aquellos días en los que sus lágrimas formaban una tempestad en su habitación, Cati escuchó un pequeño murmullo que provenía del fondo de su habitación. Se acercó al objeto negro, y en un arrebato de pasión, lo desnudó sin recordar lo que años atrás había ocurrido. Al cabo de un breve instante se abrazó a él, y cuidadosamente le colocó una de las tiras que aún conservaba de aquellos días, de las lejanas Navidades. Él objeto dejó escapar un leve suspiro. Ella colocó otra tira y él suspiró de nuevo. Así con las seis tiras, y con cada una, él respondía ampliando la energía de sus suspiros. Lo limpió con un paño limpio y lo acarició con delicadeza. Se presentaron, y él le sugirió que lo podía llamar guitarra o si quería podía ponerle cualquier otro nombre. Había oído que los humanos entre amigos hacían eso, se cambiaban los nombres…

Y a pesar de las muchas discusiones que siguen teniendo, eso fue el principio de una gran amistad que cada día que pasa se fortalece más. Algunas veces, Cati se olvida del significado de sutileza, y la aporrea, arrepintiéndose instantes después…Pero a pesar de todo se aman, y cuando Cati tiene un secretillo; del corazón, del alma, o sencillamente de lo que queda grabado en su retina, a quien acude primero a contárselo siempre es a ella, a su gran y mejor amiga, a su fiel confidente, su guitarra.

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