viernes, 10 de septiembre de 2010

Botellitas de perfume.

Siempre he tenido una obsesión por las botellitas de perfume y por los olores. Mientras leía el post anterior me ha venido a la memoria un pasaje impresionante de una obra literaria igualmente extraordinaria.
Os la resumo:
"Una noche oyó un sonido como de campanillas agitadas por el viento en el aire y, cuando, al cabo de un rato, cesó, se quedó dormido con el anhelo de volver a oír ese sonido, como el de la garganta de un ave, tal vez fuera un flamenco, o de un zorro del desierto que uno de los hombres llevaba en un bolsillo —medio cerrado por una costura— de su albornoz.


El día siguiente, volvió a oír retazos de aquel sonido cristalino, mientras yacía una vez más cubierto con tela, un sonido procedente de la oscuridad, de su oscuridad. Al atardecer, le quitaron el fieltro y pudo ver la cabeza de un hombre que asomaba por encima de una mesa y que avanzaba hacia él, después comprendió que el hombre cargaba con un pesado yugo gigantesco del que colgaban centenares de botellitas de diferentes tamaños y colores, sujetas con cuerdas y alambres. El hombre se movía como si formara parte de una cortina de cristal, con su cuerpo en el centro de esa esfera.


La figura se parecía enteramente a los dibujos de arcángeles que de pequeño había intentado copiar en la escuela, sin lograr entender nunca cómo un cuerpo podía dar cabida a los músculos de semejantes alas. El hombre daba pasos lentos, pero tan ágiles, que las botellitas apenas se inclinaban. Una ola de cristal, un arcángel, todos los ungüentos de las botellas se iban caldeando al sol, por lo que, cuando tocaban la piel, parecían haber sido calentados a propósito para aplicarlos a una herida. Tras él, aparecía una luz tamizada: azules y otros colores que titilaban en la neblina y la arena. El tenue sonido del cristal, los diversos colores, su majestuoso paso y su rostro parecido a un cañón fino y oscuro.


De cerca, el cristal era basto y estaba rayado por la arena de los desiertos, un cristal que había perdido todo su lustre. Cada botella tenía un diminuto corcho que el hombre sacaba y sostenía entre los dientes, mientras mezclaba el contenido de una botella con el de otra, y cuyo corcho también mantenía con los dientes. Se situó con sus alas cristalinas por encima del cuerpo, hundió dos palos profundamente en la arena y después se separó del yugo de dos metros, que ahora se balanceaba entre los dos soportes. Salió de debajo de su tenderete. Se dejó caer sobre sus rodillas, se acercó al hombre, le colocó sus frías manos en el cuello y las mantuvo en él.


Era conocido por todos los que hacían la ruta de camellos del Sudán septentrional a Giza, la de los Cuarenta Días. Iba al encuentro de las caravanas, vendía especias y líquidos y se desplazaba entre oasis y campamentos con agua. Caminaba por entre tormentas de arena con aquella cota de botellas y los oídos taponados con otros dos corchitos, por lo que parecía —aquel doctor mercader, aquel rey de óleos, perfumes y panaceas, aquel bautista— un recipiente, a su vez. Entraba en un campamento e instalaba la cortina de botellas ante quien estuviera enfermo.


Se acuclilló junto al hombre. Formó un cáliz de piel con las plantas de sus pies y se echó hacia atrás para coger, sin mirar siquiera, algunas botellas. Al descorcharlas, de cada una de ellas emanaba perfume, un aroma de mar, olor a herrumbre, índigo, tinta, lodo de río, viburno, formaldehido, parafina, éter: una caótica marea de aires. A lo lejos se oían los chillidos que lanzaban los camellos al percibir las fragancias. ……."



2 comentarios:

  1. Menudo nivelazo tienen los que leen tu blog, lo digo por que nadie te ha preguntado por el titulo del libro al cual haces referencia..
    Por mí no lo hagas, yo sé cual es, y a mí también me cautivo...
    Chris

    ResponderEliminar
  2. "el paciente inglés".... No hace falta preguntar ni faltar a nadie para hacerse la interesante G.....

    ResponderEliminar