jueves, 29 de abril de 2010

Ella, Él, Ellos...

El a veces se obliga a comer algo.
El se obliga siempre a levantarse al sonar el despertador, a pesar del sueño que tiene.
Pero el ya no puede obligarse a sentir lo que ya no siente. No puede.
Y mucho más le cuesta el recuperarse a sus miradas de reproche.

Ella tampoco puede obligarse a dejar de sentir lo que siente.
Ni a mirarlo con ternura cuando el sonríe.
Tampoco puede evitar que sus ojos expresen la tristeza por lo que no puede ser.

Los dos son egoístas porque no se dejan, ninguno quiere aflojar la cuerda que les une.
El porque simplemente lo pasa bien, porque aun a pesar de no estar ya enamorado, le tiene demasiado cariño.
Ella porque aloja la esperanza de que él un día cambie de sentir.

Los dos son más que conscientes de que se están haciendo daño.

El contacto con los amigos comunes siempre les hace reencontrarse. Los dos están convencidos de que esta vez ya lo han superado. Y con una mirada basta para saber que no es así.

Se dejan llevar. Porque hay algo que les empuja a ello, porque no pueden, no quieren o no saben lidiar contra esas ganas que les consumen. Siempre terminan en la cama. Se citan entre las sábanas, mudos testigos de sus deseos. Tienen ese sexo aséptico, casi sin pasión, sin obsesión que tanto han odiado siempre. Emplean sus cuerpos solo como meros instrumentos de placer.

Posturas, jadeos y orgasmos yacen después sobre las sabanas. Agotados. Satisfechos. Con la sangre aún alborotada.

Ella lo observa desnudo cuando retorna del baño. Aun con poca luz reconoce cada uno de sus recovecos, sus lunares, sus gestos. El corazón le escuece, la lengua le quema con el par de palabras que sabe no debería pensar y menos decir.

El vuelve del baño, mira la piel de ella, que tantas veces ha recorrido, los pliegues de los que tantos gemidos ha extirpado. Mira su rostro y entrevé lo que piensa. Evita su mirada.

Se acuestan, se acarician obedientemente. Se cruzan sus miradas y otra vez está ahí esa mirada de ella. Mirada que dice pero sin decir, por que reprocha lo que ya no puede cambiar, que hace que él se sienta un hijo de puta.
Él no dice nada, en su cara se puede ver el desencanto, la impotencia de no saber cómo cambiarlo, el tormento de ver siempre repetido el entorno que intentan evitar.

¿Por qué a veces todo tiene que ser tan difícil?. Tanto que duele hasta narrarlo en primera persona.

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