lunes, 8 de febrero de 2010

Servilletas de papel.

Hacía tanto tiempo que no me regalaba un rato y una cerveza después del trabajo. Adoro estos momentos rodeado de gente y ruido y tan lleno de esa soledad tan buscada en la que encontramos nuestro silencio y la calma bajo nubes de humo y ruido. Hacía casi tanto tiempo, como tanto que no escribía en las servilletas de papel de cualquier bar:

Ya sé que esta, mí historia, no es nada del otro mundo, ni tan siquiera interesante, pero para mí es, cuanto menos, emocionante, impresionante y sobre todo, viva, aunque un poco dolorosa.

Esta, mí historia, es un casi un continuo tormento, una casi eterna incógnita, un presente vacío saturado en ocasiones de una efímera felicidad.

Se convirtió en un cuento en el que mi vida podría considerarse una mentira, una farsa, pero nunca, nunca un autoengaño. Escasean en ella los finales felices y tampoco nadie come perdices.

Esta, mi historia, un día se convirtió en un vaivén de sentimientos que surgen y se esconden, que asoman la cabeza y se entierran.

Es el desequilibrio emocional.

El caos.

Son esas batallas más reñidas y al final perdidas. Jamás fue la rendición, pero sí la desesperación. Fue la esperanza asesinada. El consuelo de los tontos. El amor, puro y duro, en letras mayúsculas; pero quizás también el desamor, esta con letras mayúsculas.

Esta, mí historia, en la que los protagonistas son casi exclusivamente perdedores, incluido yo.


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