jueves, 11 de febrero de 2010

Algunas veces acaba bien

Una imagen, una mesa, reunión de amigos. Algunas risas. Muchos recuerdos. Varias anécdotas.
Ella lo mira, y él sonríe. No se llegan a decir nada pero sus ojos lo dicen todo.
Al final se despiden y cada uno toma el camino que habían decidido pero sienten que cada paso que dan se les hace un abismo insoportable.

Ella está echada sobre la cama, viendo las imperfecciones del techo.
El móvil encima de la mesa, lejos, para evitar tentaciones.
Reprochándose no haber podido ser lo que él quería, no poder corresponder sus sentimientos.
No puede quitarse de la cabeza sus palabras, sus gestos, su mirada, su sonrisa pero sobre todo el deseo que desataba su cercanía.

Él en su piso, en el salón, queriendo distraerse viendo la tv. Aferrándose a ella para no ir a la habitación, porque todo le recuerda a ella. Porque le huele a ella, porque su imagen está en cada rincón.

Innumerables veces coge el teléfono para no atreverse a llamarla, no puede, no quiere decirle lo que siente porque ella ya se lo ha dicho y no quiere que se distancie más.

Ella se echa en cara no haber caído antes en la tentación.

Él no aguanta la idea de dormir sin saber de ella, de pensar en no sentir más su piel.

Los dos tienen en la boca el sabor amargo que siempre deja la tristeza de lo que fue, la furia de no haber actuado de otra manera, el dolor de lo que no puede ser.

Y normalmente así suelen acabar las historias.

Pero ella se resiste contra lo que podría ser de otra manera.
Coge el teléfono, marca los números que se sabe de memoria, aprieta cada número despacio, dándose tiempo para arrepentirse. Suelta el teléfono. Recapacita. Y por fin, aprieta la tecla de llamada, ya no hay vuelta atrás, escucha los tonos de llamada mientras piensa "ya está hecho, a ver si contesta" y de repente le invade una ansiedad que no sentía desde hacía días, ahora se da cuenta que es mejor perder que no participar en la lucha.

Él oye el teléfono, y el corazón le da un vuelco, se alegra de que ella haya dado el paso que él no se atrevía a dar. Se queda mirando e intenta fingir una naturalidad que no siente porque el corazón le late como si fuera a estallarle. Ella lo sabe, lo nota, sabe que su serenidad no es más que una fachada.

Quedan. Y pasa lo que ambos deseaban. Se consumen en ese fuego que nunca acababa de encenderse. Se calcinan en los besos del otro, inflaman sus pieles, al ritmo del deseo.
Ha merecido la pena. Ha sido una buena decisión.

Cuando se despiden, ella lo mira suplicante para que no lo estropee y él no le hace sentir culpable. Se despiden con un beso repleto de pasión y de cariño.

Aunque saben que no siempre va a salir así de bien.

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