viernes, 5 de febrero de 2010

Siempre caen angelitos del cielo

Presumo, admito y supongo que más temprano que más tarde llega ese instante en el que dejarse querer deja de tener sentido, ya no conmueve ni emociona, tampoco motiva ni ilusiona.

Muchas veces nos hacemos los noruegos y alargamos sin sentido ese parche por los siglos de los siglos, amen, asumiendo condenas que se vuelven aguantables, sufribles, llevaderas y hasta dulces.

Otras veces, esa chispa que nos ayuda a ir viviendo con un poquito menos de soledad, se va evaporando poco a poco como un perfume hasta quedar en nada, en el vacío de siempre... y vuelta a empezar.

Uno piensa que está mentalizado para todo y, sin embargo, descubro no sin un poquito de asombro, que siempre se puede caer más hondo, más de lo que ya está.

Hay gente que tiene la formidable capacidad de dejarse querer durante toda su vida. Hay gente que no saben o no pueden vivir si no son amados. Yo creo que me tengo que incluir en el segundo grupo, sin duda.

Elogio a todos aquellos que saben encontrar la felicidad dentro de su infelicidad.

Gracias a Dios siempre nos caen esos angelitos del cielo que nos escuchan, nos aguantan, nos alivian, nos cuidan y que, a pesar de todo, y de cómo soy, me siguen queriendo.

De mayor quiero ser como tú.

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